ÉRASE UNA VEZ EN BARRANQUILLA. Por Máximo Noriega Rodríguez

¿En qué momento vivir en Barranquilla se convirtió en una prueba de supervivencia? ¿Ésta la ciudad que esperábamos? Nos matan, nos asaltan, nos roban, nos extorsionan, nos morimos de hambre y luego nos hacen creer que acá no pasa nada. ¡Gooooollll!

Máximo Noriega Rodríguez

            Cuando me metí a bañar, el agua sucia me recordó que estamos en una Barranquilla que duele. 30 años después, cuando creíamos que habíamos superado muchas cosas, la ciudad nuevamente tiene problemas de servicios públicos. Pero ese no es el único problema en que se ahoga Barranquilla, como lo viviría en el transcurso del día. La Barranquilla de hoy es un dolor profundo al que disfrazan gritando que somos una ciudad imparable, que «está bonita» como si se tratara de maquillaje, que al que no le guste que se vaya, como si no tuviéramos derecho a señalar la corrupción y los crímenes. Todo eso lo pensé mientras rogaba porque el agua no me diera rasquiña, y justo cuando salí del baño se fue la luz. 

            Como debo salir a trabajar, en mi mente diseñé una ruta por donde pudiera irme sin bloqueos, sin huecos, sin que me atraquen… Se me ocurrió pedir un carro por una aplicación y llegó un señor de mediana edad muy rápido y muy barato. Nos saludamos y comenzó a contarme que es administrador de empresas, que está desempleado hace 4 años, que como ya tiene más de 40 no le dan trabajo, que se rebusca en esto porque el recibo de la energía le llega por 280 mil y eso que vive en estrato 3, que cuando él estaba pequeño los domingos la mamá hacía una sola comida como a las tres de la tarde y que a eso le llamaban «un solo tren» y que ahora en su casa pasa el tren todos los días porque no hay para más. Le dije que 7 de cada 10 barranquilleros no tiene con qué comer las tres veces al día y me respondió que igual el Malecón está lleno. «Lo importante es espantajopear, no comer», dijo riéndose. 

            Mientras hablábamos, vi que a nuestro lado paraba una lujosa camioneta con un rostro conocido: era un aspirante a edil que hace 15 años me pedía la liga para los pasajes y ahora de repente se ha vuelto rico trabajando con las administraciones de turno. Gente con suerte. No me saludó porque los únicos dignos de saludo son los que aplauden como focas si un político de gorra baila salsa, los otros somos «enemigos» de la ciudad o «cachacos envidiosos». Recuerdo que el nuevo rico vivía en el barrio 7 de Abril, donde construyeron el famoso megatanque por el que denunciaron corrupción, y de repente me asaltó una duda ¿Cuántos millones vale esa camioneta alemana último modelo? Gente con suerte, me repito. Intocables, ellos son intocables, métetelo en la cabeza. Debo repetirme 70 mil millones de veces que ellos son intocables.

            Cuando íbamos a mitad de camino nos encontramos un bloqueo de choferes de buses cansados de que los maten. «Esa gente la tiene dura», me dice el conductor, «ya no solo tienen que rebuscarse sino que tienen que pagar la extorsión». Las bandas criminales en Barranquilla comenzaron metiéndose por los laditos y todos se hacían los locos. Quienes denunciábamos lo que pasaba éramos señalados. Recuerdo que esas mismas bandas tenían el dominio del microtráfico y de los pagadiarios, y que en elecciones los políticos usaban a esos mismos pagadiarios como compradores de votos. Eran sus amigos, sus calanchines, y mientras tanto crecían como delincuentes, se especializaban, mataban, imponían el miedo y los políticos miraban para otro lado. Ahora todo se salió de control y el alcalde dice que lo que pasa es que Barranquilla es atractiva para los delincuentes porque acá todo el mundo tiene plata, tiene la tula.

            Uno de los manifestantes se acercó a explicarnos por qué protestaban. Habían matado a otro compañero de ellos y los seguían presionando para pagar la «vacuna». Nos dijo que les hacen firmar un papel como si hubieran recibido un préstamo que los obligaba a pagar una cuota mensual, y ellos no solo no habían recibido ningún préstamo sino que si se atrasaban una cuota les disparaban. Lo mismo hacían con la empresa y nos mencionó que hace unos meses habían matado a uno de los socios de la empresa que había dicho que no iba a pagar más extorsiones. Nada que hacer, había que bajarse y esperar un rato que pasara la protesta y quedarse por lo menos dándoles voces de ánimo a los choferes. Nos quedamos en la tienda de la esquina y pedimos unas gaseosas.

            Mientras nos refrescábamos, vi en la primera página de un periódico una noticia fabulosa: «48 horas sin crímenes en la ciudad». A mí me gustaría vivir en esa ciudad de fantasía de la que hablan algunos periódicos y medios de comunicación locales ¿Dónde quedará? Estoy seguro que Barranquilla no es. El «Cachaco» de la tienda salió a ver la protesta y nos contó una historia similar. Llegan unos delincuentes en moto, dicen que deben hablar con él, le pasan al teléfono al «jefe» quien le dice que de ahora en adelante debe pagar una cuota mensual, los de la moto con pistola en mano los hacen firmar un papel de un supuesto «préstamo» y luego el cobro lo hacen unos pagadiario como si todo fuera normal. Todo el mundo sabe lo que pasa, cómo pasa, dónde pasa y por qué pasa, menos las autoridades.

            Un grito nos hizo mirar hacia la otra esquina. Cinco atracadores en tres motos rodearon a una pareja y golpearon al tipo mientras encañonaban a la mujer. Les quitaron todo lo que llevaban en menos de 10 segundos antes de que cualquiera pudiera reaccionar. Seguramente tenían la tula, seguramente eran atractivos para los delincuentes porque tienen plata, como dice el alcalde. Corrimos a ayudarlos, ni modo de esperar a la policía, porque ellos están ocupados en retenes tratando de encontrarles la caída a los conductores por las llantas supuestamente lisas o la tecnicomecánica que los mismos policías hacen al «ojímetro». Por cierto ¿Por qué cuando hay hechos delictivos no hay policías en varios kilómetros a la redonda?

            Un grupo de muchachos llegó a sentarse en la esquina a la sombra de un árbol. Ninguno tiene más de 22 años, todos pelean por lo que «metían» dos jugadores del Júnior antes de empezar el partido, ninguno estudia o trabaja, ninguno tiene esperanza. Uno de ellos pega un pique impresionante para acercarse a un transeúnte que al otro lado de la calle le tira la liga. Si ese muchacho entrenara, ese pique sería premiado en unos Juegos Olímpicos, pero acá los escenarios deportivos son solo para los negocios, para que vean que están allí y para quedarse con una barba con el contrato de construcción. El muchacho tiene con qué comerse algo; el milagro de hoy ha ocurrido. En Barranquilla, 1 de cada 3 jóvenes ni estudia ni trabaja, y si se trata de mujeres es 4 de cada 10. Esta es una ciudad que no le ofrece nada a los jóvenes. Un muchacho de 18 años se suicidó en un centro comercial porque aquí la salud mental de los jóvenes es una mamadera de gallo. Ellos tampoco importan.

            Me cogió el día. En el televisor de la tienda comienza el noticiero del mediodía con una noticia espectacular: todo está listo para el partido de la Selección Colombia en Barranquilla. La ciudad está desangrándose, pero el alcalde habla de un Carnaval porque ya viene la Selección. Aquí no está pasando nada. En Barranquilla no pasa nada que no sea bueno. La ciudad es tan calmada que los periódicos tienen que llenar sus páginas con un reportaje sobre cuántas gorras tiene un político. Barranquilla es un paraíso. No pasa nada, o mejor dicho, pasan tantas cosas juntas al mismo tiempo que es mejor decir que no pasa nada, en palabras de Sabines.

Publicado por zabieradmin

Licenciado en Ciencias sociales de la Universidad Francisco José de Caldas de Bogotá, Esp. en Desarrollo y Gobierno Local de la Universidad de Nariño. Investigador social y analista de contextos y dinámicas políticas, sociales y económicas territoriales. Ex Asesor de Paz Departamental de Nariño 2008-2011; Ex Subsecretario Departamental de Gobierno de Nariño 2012 2013; Ex Comisionado Municipal de Paz de Pasto 2016-2019. Poeta, escritor, ensayista, periodista empírico alternativo, Columnista del Semanario VOZ, autor del Libro “Nariño de la guerra a la paz”. Defensor y promotor de Derechos Humanos y de las víctimas del conflicto.

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